jueves, 27 de febrero de 2014

PUNTOS DE VENTA DE MIS NOVELAS.























Querid@s Lector@s!!!!!!!!


Mi 1ª novela La fuerza de destino, ya está a la venta en este enlace: http://www.finisterraediciones.com/la-fuerza-del-destino.html, en las próximas semanas lo pondrán en otras páginas y lo distribuirán en las diferentes librerías.



jueves, 23 de enero de 2014

FRAGMENTOS DE MIS NOVELAS.







PROTAGONISTAS

Silvana: novia de Fernando y madre de Silvia María. Una mujer
que, tras la muerte de su pequeña, se resguarda en el amor de su novio.
Después de intentar tener otro bebé, que es lo que más desea su pareja,
decide dejarle libre para que busque lo que con ella no logra alcanzar.
Fernando: un hombre racional y enamorado de su novia Silvana.
Padre de Silvia María. Tras la muerte de su bebé y después de meditarlo
mucho, decide embarcarse en el mundo de la música con su hermana.
Consecuentemente, dejará en un segundo plano a la mujer que ama, sin
apenas darse cuenta.
Yaiza, cuyo nombre artístico es Nadia: hermana de Fernando.
Mujer temperamental y pasional que es capaz de lograr lo que quiere
sin ayuda de nadie. Decide embarcarse con su hermano en un periplo
musical. Las circunstancias se encargarán de enseñarle que la vida no es
color de rosa.
Laura: una niña simpática, inteligente y gran amante de la música.
Con el paso de los años descubrirá que no todo es lo que parece, ni
ella es quien cree ser.
Iria Graciela: una niña introvertida, inteligente y, al igual que
Laura, es una gran amante de la música. Ciertas cosas y parecidos, la
harán descubrir que su viva ha sido toda una mentira.

En una noche fría del mes de enero, en un hospital de Galicia, nacieron
dos niñas en el seno de dos familias de diferente posición social. Laura
padecía problemas de salud y pertenecía a una familia humilde. Nada
más nacer, únicamente le pronosticaban unas horas de vida. Silvia María
era la descendiente de una familia acomodada procedente del extranjero
que venían a pasar las vacaciones a España. A los pocos días de nacer,
ocurre algo sorprendente.
En la habitación treinta y cinco, los señores Ruiz esperan a que llegue el
doctor para comunicarles cuándo se pueden ir y cómo ha encontrado hoy
a su pequeña, ya que la pasada noche había tenido un empeoramiento.
—Buenos días, señores Ruíz…. tengo que comunicarles una cosa ——dijo
el doctor entrando en la habitación.
—¡Doctor diga lo que tenga que decir! —exclamó el señor Ruiz con cara
de preocupación.
—¿Mi bebe está peor? ¡Doctor diga algo! —La señora Ruíz no podía
evitar que las lágrimas llegasen a sus ojos..
—Señores no se preocupen, es algo sorprendente, pero la pequeña se ha
recuperado milagrosamente. Ya no queda nada de lo que le habíamos
encontrado al nacer —dijo el doctor mientras miraba una y otra vez todas
las pruebas que se le habían practicado a la niña.
—¿Qué dice? ¿Que nuestra pequeña está fuera de peligro? Si usted afirmó
que no había esperanza alguna. —El señor Ruíz, con cara de no dar
crédito a lo que estaba escuchando, no lograba salir de su asombro.
—Sé que les dije que no les garantizaba nada, pero hasta yo mismo me
he sorprendido cuando, después de la noche que nos hizo pasar, se recuperara
así de rápido.
—Aquí les traigo a su bebé, ¡enhorabuena, es una niña muy linda!
—anunció la enfermera entrando en la habitación.

—¡Gracias, de verdad! —vociferaron los señores Ruíz mientras contemplaban
a la pequeña.
—Discúlpenme, pero tengo que ir a otra habitación —dijo el doctor
mientras se dirigía a la enfermera—. Vaya preparando un calmante para
la otra paciente.
—¡Sí doctor, ahora mismo! —Exclamó la enfermera mientras salía de
la habitación.
Habitación cuarenta y dos. Los señores Álvarez estaban esperando a
que el doctor viniera a traerles a su bebita y a darles los papeles del
alta.
—¡Doctor! ¿Mi bebita? ¿Dónde está? —Pronunció la señora Álvarez al
ver entrar al doctor sin la bebé.
—Buenos días señores Álvarez, tengo que informales de que… —dijo el
doctor mientras pensaba cómo contarles lo sucedido.
—¿Qué? ¿Pasó algo doctor? ¡Dígame por favor! —Gritó el señor Álvarez
alarmado.
—¿Le pasó algo a mí bebé? —Inquirió la señora Álvarez angustiada.
—Lamento comunicarles que… —dijo el doctor mientras los miraba—,
la niña murió hace apenas unas horas…
—¿Qué dice? —Pronunció la señora Álvarez acongojada y destrozada,
mientras se dirigía hacia su marido—. ¡No, no, no! Nando, dime que está
bromeando, por favor.
—Amor tranquila, deja que termine de hablar el doctor —respondió sin
dar crédito a lo que había oído—, ¿por qué no nos dijo que la beba tenía
algún problema? Usted nos aseguró que estaba bien, que era una nena
sana y hermosa. ¿Cuánto hace que murió? ¿Por qué no aviso antes? ¡Me
lo pudo haber dicho a mí para ir preparando a mi mujer! —Reclamó al
doctor mientras intentaba calmar a su mujer.
—Les pido que se tranquilicen y que me dejen terminar de hablar. No les
avisé antes porque quería estar seguro de cuáles habían sido las causas de
la muerte tan repentina de la niña, ya que no había síntomas de ningún
problema de salud cuando nació. —Empezó a explicar el doctor.
—¡No, no, esto no puede ser verdad! Por favor, Fernando tráeme a nuestro
bebé. —Suplicaba angustiada la señora Álvarez a su marido.

—¡Tranquila amor! —Dijo el señor Álvarez mientras sostenía la mano de
su mujer—. Pero ¿cuál fue la causa de la muerte, doctor? Usted nos había
dicho que la niña no tenía ningún problema… —preguntó al doctor al
tiempo que intentaba mantener la calma.
—Según las pruebas que hemos realizado, la causa de la muerte fue un
problema en el corazón…—explicó el doctor preocupado por cómo veía
a la señora.
—Nando, anda con Silvia que está llorando, dile que ahora voy —pronunció
la señora Álvarez mientras intentaba levantarse de la cama.
—Amor, no está llorando ningún bebe, Silvia ya no está con nosotros.
—Nando comenzaba a preocuparse seriamente por— el estado de su
mujer—. ¿Un problema en el corazón? ¿Qué problema? Contésteme por
favor ——preguntaba al doctor, a la vez que besaba la frente de su mujer.
—¡Enfermera! —Llamó el doctor.
—Sí, doctor.
—Póngale el calmante a la señora. —Prosiguió diciendo el médico.
—Ahora mismo doctor —respondió mientras le inyectaba el calmante.
—Señor Álvarez, acompáñeme fuera, por favor, así hablaremos más tranquilos
—susurró el médico.
El señor Álvarez se acercó a darle un beso a su mujer, que ya acusaba los
efectos de los tranquilizantes, y salió al pasillo con el doctor.
En el pasillo, el doctor le explicó todo de manera detallada. Tras esto,
Nando decide regresar con su mujer que le necesita más que nunca.
Al entra en el cuarto, se encuentra con su hermana.
—¡Hola Nando! —Yaiza saludó a su hermano—. ¿Qué te pasa? ¿Qué le
pasa a Silvana que está dormida?? —Prosiguió tras ver la cara de preocupación
de su hermano.
—No tengo ganas de responder a ninguna de tus preguntas. —contestó
Fernando secamente mientras acercaba una silla a la cama de
su mujer.
—¿Qué pasa? ¿Hoy traían a la beba a la habitación? —dijo Yaiza sorprendida
al ver la reacción de su hermano.
—¡La nena se murió! Y Silvana está sedada porque se puso muy nerviosa
—respondió Fernando mientras contemplaba a su mujer y se frotaba
la cara.

—¿Qué decís? ¿Es joda? —exclamó mientras se sentaba al lado de su
hermano.
—No, no es joda, ¿tengo cara de estar gastándote una broma? Se murió
esta mañana —dijo furioso Fernando.
—¿Cómo? ¿De qué?
—Le dio algo cardiaco.
—Pero si estaba sana, los estudios durante el embarazo y después de nacer
decían que no tenía nada.
—Lo sé… El doctor tampoco entiende cómo pudo desarrollar el problema
ese en el corazón en cuestión de horas, porque anoche según él
mismo estaba bien —prosiguió diciendo.
—¿No le van a dar el alta hasta dentro de unos días hasta que se tranquilice,
no? —Preguntó Yaiza mirando a Silvana.
—El doctor dijo que volvería a pasar dentro de un rato con un psicólogo
para analizar su estado —respondió Fernando.
—Está bien…—dijo Yaiza resignada—. Cuando venía para acá me encontré
a la pareja esa que dio a luz el mismo día que Silvana.
—¡Qué bien! —Exclamó Fernando en tono irónico.
—Estaban paseando con su hija, es preciosa, le daban pocas esperanzas
de vida, pero milagrosamente se curó. ¡Es maravilloso que ocurran estas
cosas! —dijo Yaiza, como si lo que estuviera contando fuese algo fuera
de lo normal.
—¡Qué emocionante! Pero la verdad es que, en estos momentos, no me
importa lo que le pase a los demás. —Volvió a responder Fernando en
tono irónico.
—Perdón, pero tampoco hace falta que seas así de grosero… —Exclamó
Yaiza, como si la hubieran ofendido—. Voy afuera a llamar por teléfono
a casa para avisar de lo que pasó, ahora vuelvo —dijo mientras se aproximaba
a la puerta de la habitación.
-¡haz lo que se te pegue la gana! —Exclamó Fernando mientras se acostaba
en el sillón, contemplando cómo dormía su mujer.
Mientras su hermana se iba fuera de la habitación a llamar por teléfono,
Fernando se quedaba al lado de su mujer, diciéndole lo mucho que la
quería y la amaba, y que saldrían juntos de esta.

—¡seguís así! ¿Por qué no vas a tomar algo? Yo me quedo acá con Silvana
—dijo Yaiza sorprendida al ver que su hermano continuaba en la misma
posición que cuando lo había dejado.
—No quiero tomar nada, necesito estar solo. —Fernando susurró mientras
acariciaba la mejilla de su mujer.
—¿Por qué no te vas al hotel y descansas? Te va a hacer bien, cuando se
despierte yo le digo que te fuiste a cambiar.
—!Está bien...! Me voy al hotel un rato, pero no te acostumbres a tener
siempre la razón —dijo levantándose del sillón y cogiendo sus cosas.
—Yo siempre tengo la razón, querido —respondió ella en tono irónico.
—No estoy para pelearme con vos ahora… —exclamó en tono triste—.
Me voy, vuelvo enseguida amor… —dijo mientras besaba a su mujer—.
Cuídala. —Prosiguió diciendo mientras miraba a su hermana.
—¿Y a mí qué? —Exclamó Yaiza mirando con cara tierna a su hermano.
—A vos nada… cuídala… cualquier cosa me llamas —respondió Fernando
con tono burlesco.
—Está bien… andate tranquilo —exclamó con tono triste.
—Chau —dijeron Yaiza y Fernando al mismo tiempo.
De camino al hotel, su móvil comienza a sonar.
—¡Sí! ¿Yaiza, sos vos? ¿Pasa algo? —Fernando respondió al teléfono.
—No soy tu hermana, ¡qué mala memoria tienes querido! —dijo Rebeca.
—¡No tengo mala memoria! Lo que pasa es que no sé quién sos y no
tengo ganas de que me molesten —afirmó Fernando alterado.
—¿Qué tal tu mujer? ¿Cuándo vas a ser papá? —preguntó.
—¡Mira! No sé quién sos y, la verdad, no estoy para tonterías, chau —respondió
Fernando medio enojado.
—¡Para! ¿Parece que tuviste un mal día? —dijo Rebeca ofuscada.
—Vamos a ver, ¿me queres decir quién sos? —preguntó de nuevo Fernando
intentando controlar su enfado.
—¡Tranquilo nene! No te pongas grosero conmigo que puedes salir mal
parado —respondió Rebeca.
—¿Qué queres? ¿Quién sos? —Volvió a repetirle Fernando perdiendo
la paciencia.
—¿Te suena el nombre de Rebeca Montalbán? —respondió Rebeca en
tono burlesco.

—Ahora no estoy para adivinanzas. —Le advirtió Fernando—. ¿Me
vas a decir quién sos o qué? —Prosiguió diciendo después de coger aire
para tranquilizarse.
—¿Sigues viviendo en el mismo lugar? —dijo Rebeca haciendo caso
omiso a lo que Fernando le había preguntado
—Ahora no estoy en Argentina y, si me disculpas, me voy al hotel que
necesito descansar. Chau —dijo enfadado antes de colgar.
—¿Dónde queda tu hotel? —le preguntó—. ¡Me cortó el muy necio!
—dijo asombrada cuando se dio cuenta de que su interlocutor ya no la
escuchaba.
«¿Quién sería esta Rebeca? ¿No conozco a ninguna Rebeca, o sí? ¡Qué
más da!», pensaba de camino al hotel.
De repente volvió a sonar el teléfono.
—¿Quién sos? ¿Qué queres? —Fernando respondió sin ver quién llamaba.
—¡Uy, por favor, qué modales tenemos hoy! Te llamé al hotel y nadie me
atendió en la habitación —dijo Yaiza.
—Todavía no llegue al hotel… —dijo al comprobar que era su hermana
la que llamaba. En tono preocupado, siguió diciendo—. ¿Pasó algo?
¿Silvana se despertó?
—Todo está bien, tranquilo. Solo quería asegurarme de que llegaste bien
al hotel —le dijo Yaiza para tranquilizarlo.
—¡No te preocupes, estoy bien! En un rato estoy en el hotel —le dijo
Fernando más tranquilo.
—Entonces dejo que sigas manejando, cualquier cosa te llamo, un beso.
Bye.
—Dale, me baño, me cambio, tomo algo y voy enseguida. Chau —respondió
Fernando.
—Quédate tranquilo, date un baño relajante y dormí un poco, que te va
a hacer bien. —Prosiguió Yaiza.
—Ya veré. Chau. —Se despidió Fernando.
—Bye.
A los diez segundos volvió a sonar el móvil, pero decidió no contestar.
Poco después, recibió un mensaje del buzón de voz en el que decía
«Nando, soy Rebeca, siento tu mala memoria, he llamado a tu casa de
Argentina, ya sé en que hotel estas, no te duermas. Besos, Beca».

Al llegar al hotel se dirigió a la recepción.
—Buenas tardes, habitación ciento treinta y cuatro, ¿hay algún mensaje
o algo? —preguntó Fernando apoyándose en el mostrador
—Buenas tardes señor Álvarez. No, ninguno, solo que le está esperando
una señorita —pronunció el recepcionista.
—¿A mí? ¿Dónde? —respondió sorprendido.
—Sí señor, arriba en la habitación.
—¿Cómo que en la habitación? ¿Cómo la dejaron subir? —dijo Fernando
mientras pensaba adónde ir.
—Señor, no pude detenerla, me sacó las llaves. Lo siento… —afirmó el
recepcionista algo angustiado.
—No pasa nada, déjelo. Chau —dijo mientras se dirigía hacia la puerta.
—¡Fernando Álvarez! ¿Dónde pensabas irte si acabas de llegar? —inquirió
Rebeca acercándose muy coquetamente a él.
—¿Vos? Pero… —pronunció sin dar crédito a lo que estaba viendo.
—¡Sí, soy yo! Nos volvemos a encontrar después de… ¿cuánto tiempo?
—dijo mientras se aproximaba para darle un beso.
—Diez años, pero tú te habías ido de España… —afirmó apartándose
de ella.
—Sí, pero las cosas no me fueron como yo pensaba y, cuando cumplí
los dieciocho, me fui para Argentina, pero era difícil encontrarte. Hasta
que hace unos meses me topé por casualidad con tu mama y me dijo
que llevabas unas semanas en España y que tu mujer tenía que descansar
—dijo con una sonrisa pícara y prosiguió mientras le agarraba del
brazo—. ¿Cómo está?
—Bien gracias, ahora está Yaiza con ella —dijo sin dejar de mirarla y de
pensar en que no había cambiado nada en diez años.
—¿Cómo está tu hermana? ¿Sigue siendo igual que siempre? —preguntó
mientras le sonreía sensualmente.
—Bien, pero, cuando decís igual que siempre, ¿a qué te referís?? —dijo
con cara de curiosidad.
—Me sorprende que tú me preguntes eso, Me refiero a si sigue siendo
una mujer tan impulsiva y decidida.
—Sí, sigue siendo la misma. Ahora, si me disculpas, no fue un día muy
satisfactorio y necesito descansar —dijo según se iba yendo.

—Yo pensé que te gustaría tomar algo conmigo —le susurró agarrándole
del brazo para que no se fuera.
—Discúlpame, de verdad, pero no quiero estar con nadie ahora —dijo
soltándose.
—Una sola copa, por favor. —Le suplicó Rebeca.
—¡Está bien! Una nada más. Vamos al bar del hotel. —Aceptó con resignación
al ver que sería imposible librarse de ella.
—Mejor vamos a tu habitación, así estaremos más tranquilos —dijo llena
de felicidad con una sonrisa dibujada en la cara.
—¡Está bien, subamos! —Señaló mientras iba caminando hacia el ascensor.
Ya en la habitación, la conversación continuó por otros derroteros:
—¿Cuánto tiempo llevas saliendo con esa chica? —preguntó dejando su
bolsa y su chaqueta encima de un sillón.
—Cinco años, es el amor de mi vida —dijo sacándose la chaqueta.
—Quién iba a decirlo que aquel chico con el que yo iba de la mano y
que me repetía hasta cansarse lo mucho que me quería hace años, ahora
está diciendo que tiene un amor para toda la vida —dijo sentándose al
borde de la cama.
—¿Qué quieres tomar? —Mientras se aproximaba al mini bar de la
habitación.
—Lo mismo que tú —dijo con una sonrisa.
—Está bien —dijo mientras servía las copas.
—Deja eso ahí, se me fueron las ganas de tomar —dijo acercándose a él
y sacándole la copa de la mano.
—Te voy a pedir que te vayas, por favor, no me siento con ánimos
—¿Me estás echando? —pronunció mientras empezaba a besarle.
—No, te estoy invitando a que te vayas. Vete Rebeca, por favor —dijo,
intentando sacársela de encima mientras ella continuaba besándolo y
acariciándolo.
Dos horas después, en el hospital.
—Nando, ¿dónde estás? —preguntó Silvana mientras se despertaba.
—¡Tranquila! Nando fue al hotel a cambiarse y a descansar, pero enseguida
vuelve —dijo Yaiza mientras se levantaba del sillón.